Gustavo Ibarra, raro escultor que no está peleado con la belleza
Entre dos mundos está la escultura de Gustavo Ibarra. El del yo para adentro y el del yo para afuera, conectados por él a través de la estética como puente entre lo subjetivo y lo objetivo. Entre intuición e interpretación.
Colocando en primer plano la realidad con un mínimo de componentes accidentales, Ibarra se concentra en la esencia de las cosas desde la angulación de la belleza. Da las espaldas tanto al cerebralismo especulativo como a la irracionalidad caótica presentes en la consabida pulseada entre academismo y "dale que va" que llena los tinteros de ciertos críticos y las chequeras de ciertos galeristas.
Clásico por el simple hecho de considerar la belleza como la clave del arte, además de la puerta de acceso al enigma existencial (para Leonardo, la pintura aventajaba todas las demás formas de conocimiento, y, para Beethoven, la música superaba la filosofía), Ibarra es uno de esos excéntricos creadores que no obedecen al dogma contemporáneo "Arte es lo que el Mercado quiere."
Excéntrico también en la exigencia que los numerosos alumnos de su taller se formen en el estudio del multisecular patrimonio técnico y estilístico de la escultura para dominar la materia en medida suficiente a no confundir espontaneidad con casualidad. No hay, para él, burros flautistas en arte.
Todo rastro dejado por el ser humano en el mundo es arte, según una escuela informalista que niega la posibilidad de identificar y definir concretamente la realidad. Quizás, pero Ibarra la conjura en modo convincente con la brujería de la estética, como ha hecho el Arte desde las cuevas de Altamira a esta parte. Si la realidad es un fantasma, valdría la pena mirar el fantasma. La magia de las apariencias sin límite de la vida son plasmadas por Ibarra en estatuas con una plasticidad que cierra las puertas a un racionalismo susceptible de fosilizarla o a la improvisación del "todo vale." Convertida, al parecer, en el primer y último mandamiento del circuito comercial.
ROMANO MARTINELLI
31/3/2010